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Burkas en el ojo ajeno: el feminismo como exclusión
12 de diciembre de 2014
Hace unas semanas, un conductor de la empresa municipal de autobuses de Vitoria-Gasteiz decidió unilateralmente vetar del transporte público a una mujer y al bebé que llevaba por una cuestión vestimentaria, sin tener siquiera un reglamento en el que apoyar su decisión. La mujer iba cubierta por un velo integral y el conductor actuó, según sus palabras, por sentido común, por razones de seguridad y por educación y respeto hacia los demás viajeros. Este hecho, lejos de entenderse como una agresión con lectura de género hacia dos ciudadanas – con el agravante de la vulnerabilidad del bebé – ha suscitado, por el contrario, un debate sobre la conveniencia de tal expulsión y una ola de solidaridad hacia el conductor.
El gesto de este hombre no es un hecho aislado, sino un suceso más en un contexto de islamofobia de género que se acrecienta cada vez que se acercan unas elecciones. La islamofobia de género es una de las herramientas preferidas del efectismo electoral pues es gratuita y rentable: genera más confusión que repulsa, y aglutina no solo el voto racista y xenófobo, sino que logra apoyos en sectores críticos, como es el feminismo, a través de una estrategia que podríamos denominarpurplewashing [lavado violeta]: la utilización de los derechos de las mujeres para justificar la violencia sobre algunas mujeres.
El fondo del debate
En los debates sobre la cuestión del velo hay una enorme confusión sobre el objeto mismo del debate: al centrarnos en la prenda de ropa generamos una cortina de humo que nos impide ver con claridad el fondo de la cuestión, que no es otro que los derechos civiles y el derecho al propio cuerpo, específicamente de las mujeres. Porque este debate, no lo olvidemos, tiene una marca clarísima de género.
Sobre el mal llamado burka pesan una serie de malentendidos que van desde su denominación (la prenda que existe en Europa no es un burka, palabra con enormes connotaciones, sino un niqab, palabra muchísimo menos connotada pero que, tal vez por ello, no se incorpora al discurso dominante), hasta el inmenso entramado de prejuicios sobre usos y razones para usarlo.
Desde algunos feminismos, especialmente herederos de unas luchas de reapropiación del cuerpo centradas en destaparlo, en descubrirlo, en re-sexualizarlo desde el sujeto y no desde el objeto, el velo integral se lee como una prenda opresora. Pero cuando tenemos a una mujer y a un bebé tiradas en mitad de la calle en Vitoria-Gasteiz, vetadas por un conductor a utilizar un transporte público que, dicho sea de paso, ellas también pagan con sus impuestos, no tenemos tiempo que perder en debates sobre si nos gusta o no su indumentaria, o si es necesario que guste y a quién. La pregunta que tenemos que hacernos con urgencia es: ¿queremos realmente legitimar al Estado para condicionar nuestros derechos civiles más elementales a la vestimenta que llevamos? ¿Podemos aplaudir que se nos expulse del espacio público en función de nuestra apariencia? ¿Queremos suscribir el mensaje de que las mujeres debemos escoger, y por ley nada menos, entre nuestra identidad y nuestra visibilidad? Porque así de grave es el asunto: mientras nos perdemos en elucubraciones nos estamos jugando mucho.
Feminismo contra los derechos de algunas mujeres
El pinkwashing es la captación (el secuestro) de los derechos de las comunidades LGTBI para hacer “limpiezas de cara” a políticas represivas, racistas y xenófobas, que utilizan las libertades sexuales como excusa para negar a algunos grupos de población sus derechos de ciudadanía. El caso paradigmático es el Estado de Israel, que se publicita como el mayor defensor de los derechos de las personas homosexuales en Oriente Medio, sin llegar a matizar que esa defensa se refiere solo a algunos derechos y para un tipo de personas que responden a un prototipo de raza, clase y pertenencia nacional.
Esta pátina de liberalismo se utiliza, al mismo tiempo, para reforzar medidas represivas contra “los otros”, aquellos y aquellas que se presupone que no son liberales y que, por lo tanto, no merecen tener derechos. En el caso concreto de Israel, esto refiere a la población palestina. Así, se crea una división de identidades totalmente binaria y ficticia, generando la idealización de un grupo y la demonización del otro en base a una categoría escogida de manera totalmente interesada y tendenciosa. Por ejemplo, el pinkwashing israelí nunca da cuenta de la opresión que ejercen sus políticas discriminatorias y su sistema de ocupación sobre la población queer palestina.
Tomando esta idea, podríamos hablar del secuestro o la captación de los derechos de las mujeres para justificar acciones discriminatorias hacia algunas mujeres. En nombre de una Europa liberal y feminista (casi estoy tentada a escribir feminista-por-un-día) y en nombre de la protección de los derechos de las mujeres, se generan leyes machistas y discriminatorias que vulneran los derechos de algunas mujeres. Confundiendo el derecho a la libertad sobre el propio cuerpo con la obligatoriedad a desnudarlo, arrebatamos a algunas mujeres su derecho a cubrirlo, llegando incluso a exigirles que escojan entre a su derecho inalienable al propio cuerpo y a la propia imagen, y su derecho inalienable a la educación y al espacio público.
Porque recordemos: no solo estamos aceptando que se expulse a mujeres del transporte público o de los edificios municipales… estamos llegando a permitir e incluso a aplaudir que se expulse a niñas de los colegios, negándoles el derecho a la educación y reforzando, en nombre del feminismo, la discriminación de género.
¿Y si están obligadas a llevarlo?
Tal vez sea este mismo proceso de purplewashing el que nos ha convencido de que prohibir el velo integral va en favor de la libertad de las mujeres que lo usan, incluso cuando éstas afirman que lo usan por decisión propia.
Desde los feminismos blancos no podemos seguir desoyendo las críticas que nos hacen los feminismos decoloniales, postcoloniales, negros, chicanos, islámicos, gitanos y etc… por nuestra política de imposición de valores propios como si fueran universales. Cuando nos hemos quedado sin voz señalando los privilegios masculinos, no podemos permanecer ciegas ante el propio privilegio. Antes de enzarzarnos en debates basados en una idea local de libertad, deberíamos tal vez desocupar la palabra y repasar atentamente los trabajos de bell hooks, Audre Lorde, Chandra Tapalde Mohanty, Gloria Anzaldúa y tantas más que se han hartado de señalarnos nuestros privilegios y de narrar otros mundos posibles que existen más allá de nuestra concepción del mundo.
El prejuicio muy generalizado de que todas las mujeres que llevan velo integral lo hacen bajo amenazas es infundado y paternalista: los medios de comunicación recogen numerosos testimonios de mujeres que lo usan incluso en contra de la opinión de su entorno, y los estudios realizados en países con suficiente población integralmente velada como para realizar estudios (y no es el caso del Estado español, sino el de Francia o Canadá) aportan datos curiosos: no todas las mujeres con velo integral están casadas (la presunción de heterosexualidad que aplicamos a las musulmanas también es parte de la mirada islamófoba), un porcentaje alto lleva el velo integral en contra de la opinión de sus familias, que temen verse estigmatizadas, y un porcentaje también interesante son mujeres sin ninguna relación familiar con el islam pero conversas recientes.
Esto es lo que nos dicen las estadísticas: de cada historia concreta debería poder hablar su protagonista. ¿Cuántas de las que no vestimos hijab o niqab hemos opinado claramente sobre las razones para llevarlo sin haber hablado jamás con una sola mujer que lo lleve? ¿Por qué los eslóganes “mi cuerpo, mi decisión” y “si nos tocan a una nos tocan a todas” no se aplican claramente en estos casos? Tal vez tenemos pendiente la labor de romper esas barreras invisibles instaladas entre mujeres veladas y no veladas, entre musulmanas y ateas, entre cristianas y anarquistas, entre blancas, negras, gitanas, payas, gordas y flacas, convirtiéndonos en galaxias de puntos aislados que solo se encuentran para chocar frontalmente.
Para terminar, defensa al derecho a decidir sobre la propia indumentaria no se basa en una construcción idealizada y orientalista del velo o de cualquier otra prenda. El velo puede tener tantos significados y tantas connotaciones como una minifalda, una cresta o un tatuaje. Es evidente por pura lógica estadística que hay mujeres que llevan el velo integral y están en situación de violencia de género. Ya hemos aprendido que la violencia y el machismo no entienden de clases, ni de razas: es una pandemia que nos afecta a todas en tanto que mujeres. Pero también desde la mirada horizontal y descolonizada entenderemos que en ningún caso la violencia de género se soluciona aplicando más violencia sobre las víctimas, aislándolas y lanzando el sistema judicial contra ellas.
Violencia simbólica y colonialismo
En la mirada al velo integral también nos enzarzamos en los hilos de la violencia simbólica. Este término, del sociólogo Pierre Bourdieu, refiere al mecanismos que llevan a la persona o grupo oprimido a adoptar las ideas y el punto de vista del grupo opresor.
La violencia simbólica incluye la mirada colonial y la “tutela feminista”: es la violencia simbólica del sistema patriarcal la que nos convence de que las “otras” mujeres son eternas menores de edad, faltas de decisión propia, incapaces de agenciarse sobre su vida y sobre su cuerpo, y necesitadas de decisiones tutelares para saber qué hacer para “liberarse”.
Bourdieu concluye que solo puede esperarse una transformación radical de las inclinaciones modificando las condiciones sociales de producción de las inclinaciones. Esa modificación radical que tanto necesitamos todas y todos, pasa por desarrollar una mirada horizontal, solidaria, transversal que nos permita generar confluencias en un contexto de opresión que afecta de manera muy extensa aunque de infinitas maneras diferentes. Y pasa por entender que no habrá otra manera de dibujar puntos de fuga a ese sistema que aunando fuerzas, miradas y potenciales, y renegando sin fisuras a las nuevas imposiciones y de las constantes y tentadoras violencias horizontales.
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