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En el filo de la navaja
2014ko apirilaren 14
DICEN que se ha celebrado una cumbre para regular las relaciones de inmigración entre Europa y África. Uno no sabe muy bien a qué altura se encuentra tal cumbre, pero entra una sensación muy extraña cuando se ve a personas en lo alto de una valla, aguantando horas, esperando a que algunas caigan por el peso de su cansancio, y otras sean ayudadas a bajar. ¿A qué lado caerán?
Desconozco qué es lo que se puede sentir desde lo alto de una valla llena de cuchillas, de navajas, después de haber emprendido un largo viaje desde el propio país, buscando un mundo mejor, nada más y nada menos. Quizá se vean en la situación de aquellos aproximadamente cien millones de personas que o bien fueron trasladadas desde África a América en unas condiciones deplorables para ser vendidas como esclavas, o bien murieron en las cacerías humanas y en los viajes. Ya sabemos, ya, que nos podemos confundir en una decena de millones arriba o abajo, pero hay que ponerse encima de la valla, intentando pasar a Europa desde África para poder entenderlo. Por cierto, que llamamos Europa, donde hay algunas vallas, a una zona de África, y no se trata de una casualidad.
Quizá se pueda ver, desde esa situación tan poco privilegiada, por qué Europa ha estado tanto tiempo en África. Sus armamentos todopoderosos, sus leyes, su violencia civilizada. Se llama imperialismo a esa invasión del continente por parte de Inglaterra, Francia, Portugal, España, Bélgica, Italia, Alemania… A la explotación de tierras y de personas se le ha llamado también colonización. A las personas que huyen de su país se les llama sin papeles, y a quienes les estafa en el viaje se les llama mafias. ¿Qué papeles tenían las potencias europeas para entrar en África? ¿Por qué al ejercer como las mafias se le llamaba derecho internacional?
La cumbre europea dice procurar que menos no-personas mueran en el filo de la navaja, en el mar, en la valla, en los países cercanos al Mediterráneo o, al menos, que no se vean las heridas y los cadáveres. Además, si es preciso, invertirán en los países de origen, incluso en Siria, para que no tengan que pasar por África y dar tanta vuelta para venir a Europa. No se dice bien si la inversión va a tener relación con tantas armas como hay en Siria o en África provenientes de Europa. Tampoco se habla de las condiciones de vida de quienes han visto invadidas sus tierras por multinacionales y aún cantan las canciones de los tiempos de la esclavitud: "Cultivamos el trigo, / y ellos nos dan el maíz. / Horneamos el pan, / y nos dan el mendrugo. / Cribamos la harina, / y nos dan la cáscara. / Pelamos la carne, / y nos dan la piel. / Y de esta forma, / nos van engañando".
La memoria histórica de esa persona encaramada a la valla puede acordarse de todo esto, y de su propia familia, de sus miedos, de su dolor, de sus esperanzas truncadas, de la impotencia de entender que en este mundo no hay justicia.
Porque quizá Europa, que tanto amor tiene por potenciar el Tribunal Penal Internacional de los Derechos Humanos, en donde se juzga fundamentalmente a africanos, quizá en algún momento sea juzgada también por la historia y tenga que devolver todo el daño que ha hecho. Y no hablamos de que en los países africanos no se hayan cometido y se sigan cometiendo tropelías por parte de las personas originarias del continente, sino de las canalladas cometidas por quienes acuden desde fuera.
Por supuesto que todas estas afirmaciones pueden ser muy discutidas y discutibles en un mundo tan complejo como el nuestro, pero, según la navaja de Ockham, o el principio de Ockham, cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja.
Y ahí dejamos a nuestros líderes europeos, pensando en cómo cerrar las puertas de Europa a África, sin tener en cuenta que la puerta estaba ya abierta desde hace varios siglos, aunque en una sola dirección, la que marca la ley del más fuerte.